jueves, 21 de mayo de 2020

No me culpes de tu desdicha.






Mi gata Darlín, saltó sobre mi estómago un minuto antes de que sonara la alarma. Odiaba despertarme temprano. La cobija susurró: "Quédate cinco minutos", pero el despertador me gritó: "¡Vas a llegar tarde de nuevo!". 

Me levanté de mala gana y caminé de forma automática hasta el baño. Permití a la música y al agua caliente devolverle algo de vida a mis músculos. Cepillé mi cabello y me vestí, pero me quedé con el pantalón de la pijama, así estaba mucho más cómoda. 

—¿Qué opinas si me dejó el cabello crespo el día de hoy? 

Darlín estaba sentada sobre el lavamanos. Sus tres colores brillando con intensidad. Medio rostro gris y la otra mitad amarillo. El blanco bañaba el resto de su cuerpo mezclando el matiz de la luna con el sol. 

Opino que deberías dejar ese trabajo. Te estás poniendo vieja. 

Gracias, Darlín. Siempre tan honesta. Me dejaré los rizos. 

No era un cumplido, nena. Solo corres y corres sin parar. Casi no duermes y ni siquiera te acurrucas conmigo en el sillón como antes. 

De algo tengo que vivir. Además tus croquetas no son nada baratas. 

No culpes a mis croquetas de tu desdicha se bajó del lavabo y me miró de medio lado—. Te quedan los rizos mas no las ojeras. 

Como una dama muy refinada salió balanceando su elegante cuerpo. Terminé de aplicar el maquillaje y dejé mi pelo castaño con tirabuzones salvajes. Nunca me había gustado dejar mi pelo al natural, pero hoy era un día especial. Quería lucir diferente. 

Preparé el desayuno y me senté a la mesa. La preciosa tricolor seguía indignada, lamiendo su pata sobre el sofá. 

Ven, Darlín. No estés enojada conmigo. Hoy voy a pedir el ascenso y necesito apoyo moral. 

¡Hurra! Un ascenso. Más trabajo y menos tiempo. Deberías dejarme en un refugio, así no me encontrarás muerta de aburrimiento. 

No seas tan dramática. 

Después de comer me entretuve viendo las noticias matutinas hasta que la alarma de advertencia sonó fuerte en la cocina. Solo significaba una cosa. Iba a llegar tarde. Mientras me cepillaba los dientes busqué a tientas en el suelo los tacones. Tomé el bolso y me dirigí corriendo a la puerta. 

¡Espera! Tienes…

Ahora no estoy para quejas, Darlín. 

¡Pero llevas…! 

Adiós, adiós. 

Cerré la puerta rápido y me apresuré para tratar de alcanzar el transporte público. Las personas se quedaron mirándome. Dos chicas ahogaron una risita y se acercaron para susurrar en cuanto pasé junto a ellas. 

¡No puede ser! Eso significa que los rizos no me sientan bien. 

El bus me dejó frente a la empresa. Aunque ya mi seguridad iba por el suelo, se fue al inframundo cuando entre a la oficina y pasó exactamente lo mismo. Intenté aplastar los rizos para dejar de llamar la atención. Los empleados de los otros cubículos me miraban y se reían sin disimular. 

Continúe mi camino hacia el segundo piso e ingresé a la sala para exponer mi solicitud de ascenso. Los directivos se miraron unos a otros y me observaban incómodos. Unos carraspeaban y los otros evitaban mis ojos. 

La mañana frente al computador transcurrió intranquila. A las doce me dirigí a la cafetería. Había recogido mi cabello con un banda, pero nada atenuaba los cuchicheos y miradas extrañas. Estaba haciendo la fila para calentar mi almuerzo cuando sentí una palmada en mi trasero. Todos los empleados estaban en la zona de comida. Alarmada volteé en busca del agresor. Las carcajadas resonaron en todo el rededor y no podía encontrar gracia en ello. Mi compañero más canalla, de esos que nunca faltan, había sido el culpable. 

¿Qué diablos te pasa? ¡Miserable! 

Estás que ardes. Eso es lo que buscabas ¿no? 

¿Estás loco? ¡Te voy a denunciar! 

Si no es lo que querías ¿por qué no te fijas en lo que te pones? 

No había nada de malo en mi vestimenta. Estaba segura. Sin embargo me examiné con la mirada. En un segundo sentí mi corazón bajar a mis pies y subir hasta mi garganta en un salto mortal. Las risas desenfrenadas de los presentes llegaron confusas a mis oídos. Mi respirar aceleró y las frías gotas de sudor bañaron mi frente. 

Mi pantalón… 

Era mi pijama. Precisamente la pijama que tenía estampado en el trasero "Estoy caliente" y un beso en la parte delantera. 

Llevé la mano a mi cabeza y solté la banda para liberar el cabello. Tal vez si los rizos ocultaban mi rostro, nadie vería las lágrimas que empezaron a correr por mis mejillas. Di media vuelta y salí con la cabeza baja. 

Envuelta en burlas abandoné la empresa y caminé hasta la parada del bus. Fui afortunada al traer rizos hoy. Ningún alma podría ver mi rostro sonrojado en el camino de vuelta a casa. Ahora solo quedaba obedecer a Darlín y dejar este trabajo, lleno de gente malvada.



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